Cuando no terminas de sentirte bien

No sé cómo titular esta entrada. Así que lo dejaré para el final. Entonces, seguro que sigo sin saber cómo titularla y elijo las palabras equivocadas o, al menos, no las idóneas. Nunca he sido buena titulando. 

Resulta complicado titular una entrada que sé que va a tomar forma sumando pequeñas reflexiones.  Quizá sin demasiado orden ni concierto, pero ahí voy. 

Desde el pasado viernes estoy sola en Escocia. Éste pasará a los anales de mi historia privada como el año que dormí intensamente y en el que no solté un catarro. Han sido varias las personas que me han dicho que siempre es así los primeros doce meses porque la humedad afecta más de lo que se podía imaginar. 

Yo tengo mocos que nunca tuve; dolor de cabeza, de garganta y de articulaciones... Que nadie se alarme porque el día que me siento mal no es para morirme pero sí se suceden los momentos en los que estoy floja, no del todo bien. El pasado fin de semana fue uno de ellos. Floja, sola y sin apenas comida. Ante tal panorama hice algo que me encanta en estos casos: meterme en la cama y leer sin parar. Eso cuando no dormía. 

He incumplido el propósito de leer solo en inglés. De modo que de las vacaciones navideñas en España me vine con un par de libros. Entre ellos, Lugares que no quiero compartir con nadie, de Elvira Lindo. 




Cuento esto para añadir que, aunque no me declaro mitómana, ni nadie me despierta tanta admiración como para seguir cada uno de sus pasos o libros, mentiría si no dijera que Elvira Lindo me gusta. Creo que escribe muy bien y creo que es así porque tiene una capacidad única de observar la realidad. El librito apenas supera las 220 páginas y está escrito con ritmo, intercalando reflexiones personales y detalles de una auténtica exploradora urbana. 

Voy a Queens. Voy a Queens en metro. 

Esas dos frases dan inicio. Podrían dar paso a algo sin importancia, pero ella confiesa que va a Queens a la consulta de un psiquiatra porque necesita ayuda para entender y minimizar su ansiedad crónica. La siente desde los 9 años y le provoca dolores físicos y, claro, mentales. 

La primera duda que me asaltó fue: ¿Esto es ficción o no? Y me respondí a mí misma que no importaba porque, en cualquier caso, a mí me estaba interesando. Y mucho. 

Por un lado porque Lugares que no quiero compartir con nadie recorre una de las ciudades que más me gustan: Nueva York. En la anterior entrada de este blog precisamente expresé mi deseo de regresar pronto. 

Lindo no cumple, se olvida del título del libro y comparte los restaurantes, cafés y tiendas en las que le gusta comprar cosas ricas. Compone también una exhaustiva descripción humana y emocional de una ciudad demasiado grande. Reflexiona sobre los clichés en torno a ella, en torno a sus ciudadanos. No se olvida, incluso, de dedicarle unas líneas al gimnasio al que asistió. Y no es una descripción baladí. 

No, no es una guía sobre la ciudad. No solo eso. Ella intercala reflexiones íntimas ligadas a momentos y a personas cercanas. Se pregunta a sí misma por qué siente ansiedad cuando, a todas luces, es una suertuda. Vive seis meses en Madrid y seis en Nueva York. Tiene una vida familiar feliz, en armonía. Tiene tiempo para pasear, diseccionar y observar la realidad... pero aún así siente ansiedad. Y entonces, me reconocí. 

Afortunadamente, mi malestar es suave, pero aún así, en algún momento, noto que no me siento tranquila. Quizá, como Elvira Lindo, echo de menos un horario, obligaciones impuestas por otros... necesito que no dependa solo de mí el orden, la disciplina porque, de repente, un día soy la más indisciplinada. 

Yo que soy una persona metódica y productiva, que consigo concentrarme con facilidad y que me gusta cumplir con los plazos de entrega y compromisos, al mismo tiempo experimento el significado de esa palabra impronunciable procrastinar. Y entonces, me siento mal. Me siento mal por sentirme mal, porque soy una privilegiada y, sin embargo, me siento mal.

Ay, qué complicado y ahora, además, tengo que titular esta entrada. 

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