¿Conversaciones casuales?





Posiblemente, en este 'mini-espacio' he confesado mi debilidad por los cuadernos, bolígrafos y lápices de colores. Si un psicoanalista me leyera, diría que tiene que ver con mi infancia. Y así es. 

Cuando era pequeña viví en Arándiga, un pueblo tan pequeño que por no vender, no vendían ni el periódico. Y aunque mis padres viajaban y nos traían donuts (que religiosamente nos repartíamos, dos para cada hermano), caramelos de la vaca lechera (que creo solo me gustaban a mí) y libros del Barco de Vapor (que devorábamos en un 'pispas'), el material escolar se resumía en un lápiz, una goma de borrar y, un poco más adelante, en un boli bic. 

Cuento esto porque llevo unos días pensando en mi infancia, tema recurrente en mis recuerdos. Señores psicoanalistas, no hace falta que me digan el porqué. Cuento esto, además, porque recuerdo mi última visita a mi papelería favorita de Barcelona: Raima

Y si hay algo que me gusta especialmente de este lugar son las personas que allí trabajan. De hecho, la descubrí gracias a que en mi visita, hace un par de años, a Konema, en Rambla de Cataluña, 43, quien me atendió me dijo que no podía abandonar la Ciudad Condal sin conocer la tienda madre, situada entre la Plaza de Cataluña y el Barrio Gótico.




En mi última visita volví a entusiasmarme con las casualidades, con esas conversaciones espontáneas que te hacen pensar. 

En apenas un ratito, disfruté de la compañía de una mujer que me demostró sentir pasión por su trabajo. En apenas unos minutos, mientras yo elegía los lápices de colorear para el cuaderno de mandalas que me regalaron Rocío y Sergio, charlamos sobre el presente y la situación laboral que nada tiene que ver con lo que imaginamos; sobre el matrimonio y las segundas partes; sobre la infancia y el lujo que, entonces, suponía tener un boli de cuatro colores.

Casualidades, poco tiempo después, Josetxo Zubiria, el psicólogo que me ha ayudado durante un buen puñado de meses, me regalaba a modo de despedida un boli de cuatro colores. Eso sí, nada de los clásicos rojo-negro-azul-verde, éste es morado-rosa-verde manzana-azul celeste.

Dejadme que vuelva a aquella conversación en Barcelona, en mi librería favorita y con esa mujer desconocida. En apenas unos minutos, nos reímos, nos deseamos suerte y ella, cuya verdadera profesión y vocación es pintora, me dijo que no hay nada imposible, que era yo quien creía no ser capaz de pintar. 

No recuerdo tu nombre, aunque creo que me lo dijiste, pero en mi próxima visita a Barcelona, a Raima, te prometo que me compro el 'artilugio' para pintar con acuarela en mis cuadernos. Y así en las tardes de oscuridad que están por venir, recordaré las conversaciones casuales. O que suceden porque era necesario que así fuera. 

Gracias, vida, por estos encuentros.

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