Alimentación consciente

Por fortuna y por su carrera profesional, mi madre es una enciclopedia andante en lo que a nutrición se refiere.

Por eso, por esa suerte, mientras vivimos en casa hasta los 17 años, a los tres hermanos nos alimentó correctamente y durante toda nuestra vida nos ha inculcado una cultura culinaria de gran valor. Gracias a ella, mi dieta es equilibrada, siento curiosidad por probar nuevos alimentos y sabores, pero luego sé qué debo incluir y de qué debo prescindir. 

Mi hermano Pablo ha heredado su vocación profesional y, como ella, es licenciado en Farmacia y después amplió sus estudios con Ciencia y Tecnología de los Alimentos. Él tiene claro el secreto para mantener una figura esencialmente saludable: Comer de forma consciente, elegir adecuadamente los alimentos y quemar mucha zapatilla. Es tan sencillo como caminar 30-40 minutos al día. 

No tenemos que ingerir infusiones mágicas, tampoco pastillas milagrosas ni tampoco convertirnos en triatletas. Debemos comer de forma razonable y razonada, y en función de nuestro estilo de vida. 

Yo no soy farmacéutica, soy periodista y, desde hace algunos años, escribo sobre gastronomía. Pruebo todo, siento curiosidad, pero en mi vida cotidiana, al margen de los restaurantes, me alimento esencialmente de verduras, frutas, legumbres, cereales y pescado, aunque de éste cada vez desconfío más dado el estado de vertedero en el que hemos convertido nuestros mares y océanos. 

Adquiero y leo muchísimos libros sobre alimentación y nutrición, más que sobre recetas. Además, procuro asistir a actividades que estén vinculadas con ello. Este fin de semana, han sido dos realmente interesantes. 

El viernes, fue una clase de abdominales saludables con Marta Baena de Yoga Studio Pamplona. Nos enseñó técnicas hipopresivas y charlamos largo y tendido sobre alimentación. Aprendí cosas nuevas y reafirmé mi creencia sobre la idoneidad de no comer azúcar ni blanca ni morena; prescindir de las harinas en la medida de lo posible; elegir cereales y pasta integrales; cambiar la sal de mesa común por marina; buscar el aporte de proteínas en alimentos vegetales o elegir una carne de calidad; e introducir semillas en la dieta. 

No voy a dejar de tomar lácteos de vaca aunque los combine con vegetales. No voy a dejar de tomar huevos aunque serán de las gallinas de mi pueblo o ecológicos.

Seguiré teniendo mis dudas acerca de los llamados súper alimentos, porque la industria del marketing es poderosa y así como llegaron las bayas goji (que nunca me gustaron) han desaparecido. 

Además, prestaré atención a mi cuerpo, procuraré escucharle para saber qué le sienta bien a él, sea una moda o no. 

Por otro lado, el sábado asistí a una charla en Biecor para aprender a leer (e interpretar) las etiquetas de los alimentos con Miren Navaz, de Atcysa. Ella añadió sensatez y calma al pánico alimentario que rodeó la pequeña sala en la que estábamos. 

Se pueden ingerir infinidad de alimentos, pero aprendamos a leer las etiquetas. Tomémonos un tiempo a la hora de hacer la compra porque nos jugamos nuestra salud. 

Diferenciemos la fecha de caducidad de la de consumo preferente; prestemos atención al valor nutricional y no solo al precio (en la medida en que podamos, obvio); conozcamos los aditivos y conservantes más comunes; sepamos mantener y tratar adecuadamente los alimentos una vez en casa; desconfiemos de palabras como 'artesano', 'de la abuela', 'como en casa'... No todas las abuelas cocinan bien, ¡la mía, sin ir más lejos, no lo hacía! 

Bromas al margen, seamos responsables con nuestra alimentación porque es algo serio. No sintamos pánico y pensemos que solo comemos veneno. No, no es así; hoy en día existen más alternativas que nunca y tenemos derecho a la información. 

Mi fin de semana de inmersión nutricional no acabó ahí. El sábado amplié mi biblioteca con dos nuevos títulos:





(© Fotos Cyc)

El primero es delicioso y creo que voy a seguir muchas de las recetas y a descubrir ideas para mis ensaladas. En cuanto al segundo, no estoy realmente de acuerdo en alguno de los planteamientos pero lo interesante también es leer libros que nos hagan conocer otros puntos de vista y ser capaces de creer en nuestras propias ideas. Del volumen de Mulet me atrajo el título. Y es que, tras leer y asistir a ambas actividades, mi cabeza sufrió un pequeño colapso y me pregunté: ¿Y entonces qué podemos comer?

Probablemente nunca antes la seguridad en la alimentación ha sido mayor ni la información. Es cuestión de elegir en función de nuestro gusto, ética y poder adquisitivo. 

Después de un fin de semana tan sabroso tengo más claro que nunca que hay leer las etiquetas y elegir con criterio; hay que procurar comprar con cabeza y no con el estómago o el apetito, menos cantidad y más a menudo. ¡Es una cuestión de planificación y organización!

Debemos tomar conciencia de la cantidad de alimentos que arrojamos a la basura. Y tener presente que aquí al lado, posiblemente en el edificio y barrio en el que residimos, hay personas que pasan hambre. 

Porque nunca antes hemos tenido más comida y nunca antes ha estado tan injustamente repartida. Mientras la mitad del mundo sufrimos dietas, en la otra mitad (o más) no tienen qué llevarse a la boca.

Y eso es una vergüenza y una injusticia. Depende de cada uno tomar partido. 


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