Solo en Madrid

Las tostadas del desayuno con tomate y aceite saben a gloria.

Las distancias de cinco minutos no son tal. Recuerdo aquella vez, en Zahara de los Atunes, junto al faro, cuando me preguntaron dos personas si la playa de abajo estaba lejos o cerca. Les dije: 'Unos cinco minutos'. Y me respondieron: '¿Pero cinco minutos de Madrid'?.

Todos los días es carnaval. Todos.

Las cañas las tiran como en ningún otro lugar. Como en ninguno. 

La gente te habla porque sí. Y eso, cuando te vas a vivir a una ciudad como Pamplona, tan hermética, se echa de menos. 

Su cielo y su luz son únicos.

Existe el parque del Retiro, en el que pasear, correr, quedarse al sol y no querer marcharse. Y el Jardín Botánico, en el que antes, cuando era gratis, yo tantas veces fui a comer un sándwich y a echarme la siesta a un banco. 

Todavía puedes encontrar pequeñas tiendas en las que comprar donuts de forma individual. Te los entregan, como antes, con un trocito de papel a modo de servilleta.

Existen fábricas de churros y de patatas fritas para perder la cabeza. 

El edificio de Telefónica, pese a que su reloj ahora luzca azul y no aquel rojo-rosa de antes, es la imagen más poética de la ciudad.

Y como el anterior, siguen iluminando los neones más bonitos. 

Solo esto es posible en Madrid. Y sí, aunque no quiera admitirlo y aunque la felicidad se lleve dentro y te acompañe allá donde tú vayas, yo te echo de menos, Madrid. Y mucho. 

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